Ulises no sabe contar

miércoles, 14 de septiembre de 2011


Por Natalia Laube

Primero hay que mencionar una obviedad: ningún hecho artístico abiertamente inspirado en la novela Ulises
de James Joyce debería jactarse de simple, si de verdad se siente deudor de este clásico. De Ulises no sabe contar, el nuevo trabajo de la Compañía Vilma Diamante (que nace de aquella lectura aunque nada de lo que finalmente acontece obedezca a la trama), podrán decirse muchas cosas, pero nunca que es una obra sencilla. En principio, porque no se trata de una ficción lineal: lo que se cuenta es la historia de un chico -Ulises- que no tiene idea de cómo narrar su propia historia y que por ese motivo termina contándola sin orden alguno y en una sucesión de escenas elegidas más arbitraria que lógicamente, si es que la lógica existe para estos casos. En este recorrido autobiográfico también hay lugar para la literatura: Ulises parece suscribir a la idea de que somos lo que leemos; y una sucesión de citas de libros y fotos de escritores se cuelan en el escenario para darle cuerpo a esa idea. Literatura y vida (ficción y ficción dentro de la ficción, en este caso) van tejiendo la historia, que bien podría ser un sueño del protagonista o los minutos previos a la muerte, en los que -dicen- el racconto de todos los sucesos vividos se vuelve posible.

Pero Ulises no es una obra llana, sobre todo, porque la compañía a cargo de la dramaturgia y la puesta no lo es: compuesta por artistas visuales, actores y músicos, Vilma Diamante ya demostró en Luisa se estrella contra su casa su interés por los detalles musicales y plásticos. Este desvelo por lo retórico se refuerza todavía más en Ulises, una puesta disfrutable, sobre todo, para los ojos (y acá merecen mención el enorme trabajo de la escenógrafa Mariana Tirantte y algunas sorpresas que Ariel Farace aporta desde la dirección).

El relato, en cambio, se diluye en escenas más encantadoras que constructivas y un cúmulo de preguntas filosóficas (“¿Cómo se cuenta la historia de alguien que está vivo? ¿Y la de alguien que está muerto? ¿Qué historia estamos contando hoy acá?”) que no terminan de encontrar un cauce. “Una cosa es lo que se piensa sobre las cosas y otra lo que las cosas son”, le dice Rita, la futura novia de Ulises, al protagonista a propósito de una lectura de Ludwig Wittgenstein que acaban de compartir. Parafraseando al filósofo austríaco, podría decirse que una cosa es aquello que desvela a un creador y otra muy distinta la posibilidad de teatralizar su desvelo. A Ulises le cuesta contar su historia, a Farace, por momentos, le cuesta contar la de Ulises.

Ficha técnica:

Dramaturgia: Compañía Vilma Diamante

Dirección: Ariel Farace

Elenco: Gabriela Ditisheim, Luciana Mastromauro, Andres Rasdolsky, Guido Ronconi, Ignacio Sánchez Mestre, Matías Vértiz, Juan Manuel Wolcoff

De jueves a domingos a las 21. Repone finalizado el FIBA.

Foto: Carlos Furman

http://www.alternativateatral.com/obra19469-ulises-no-sabe-contar

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COMO PEZ FRENTE AL ANZUELO

martes, 13 de septiembre de 2011



Por Malala González

Una experiencia estética tan disfrutable, de esas de las que uno no sabe por dónde empezar a comentar, simplemente, porque gustó y mucho. Una explosión de sensaciones y diversión que reivindican las ganas de seguir yendo al teatro. Una espléndida y radiante Dolores Ocampo que deleita con un recorrido musical en torno a sus peripecias amorosas. En una palabra, asistir a Como pez frente al anzuelo me ha resultado formidable.

Pero, para no quitarles el encanto de no saber de qué va la obra, ni anticipar algunos vericuetos que la hacen aún más recomendable, sólo atinaré a puntuar 5 rasgos sobre los cuales me propongo crearles la inquietud de ir a verla (en serio, ¡hágame caso!):

1) Mucho, de principio a fin, se disfruta, entretiene y ¡alegra los corazones! (De pronto, ahora me gustan los musicales ¡Gracias Dolores! Aunque, mejor dicho, no sea un musical típico, sino una especie de obra de “teatro-canción”).

2) El brillo de su voz y el encanto de su comicidad −dos elementos que Ocampo maneja con gran soltura− permiten mantenernos expectantes todo el tiempo; atendiendo a qué nueva anécdota referirá, o cuál será el ritmo del próximo tema.

3) Músicos tan talentosos que hacen que por momentos nos olvidemos que es una obra y que creamos estar frente a un símil “recital” (aunque, claro, siempre continúen los condimentos teatrescos). Ellos incumbidos en la trama de la protagonista, también son parte y logran mimetizarse con lo que proponen las escenas.

4) Matices, y nada de “esto ya lo ví” o “ahora sé qué va pasar”. La obra sorprende porque melodía tras melodía Ocampo nos regala un clima distinto, sobre los cuales, y argumentalmente, la cosa va fluyendo y solidificándose cada vez más.

5) Un muy buen plan para un domingo a la tarde, en el que la actuación, el canto, la música, la iluminación, el vestuario sirven a una dirección puesta sobre cada detalle o gesto. Todo está “a punto” para que cada elemento en escena toque su nota justa y logre hacernos reír, recurrentemente, hasta de lo trágico.

¿Les habré contagiado el entusiasmo? Ojalá que sí.

Ficha técnica: Texto y actuación: Dolores Ocampo. Intérpretes: Luis Campos, Hernán Crespo, Hernán Medina y Emilio Turco. Dirección: Julieta Petruchi. Domingos a las 18hs en el Kafka.

http://www.alternativateatral.com/obra21441-como-pez-frente-al-anzuelo

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La boticaria

domingo, 11 de septiembre de 2011


Por Malala González

La luz que da sala se apaga y una ficción se despliega en completa oscuridad. Somos interpelados a recrear con la imaginación un relato que resultará, sencillamente, delicioso. No vemos, sólo escuchamos el comienzo de una historia inspirada en el cuento del gran Chéjov. Y, a medida que avance, será el espacio fragmentado por lo lumínico, el que nos haga oscilar entre el ver y el no ver, entre lo narrado oralmente y lo escénicamente construido.

La trama se ubica en un pueblito donde son dos que tocan el timbre de la botica y una es la que atiende a largas horas de la noche calurosa. Ella, que los deja entrar, y ellos, que aceptan con una excusa engañosa, son los que resuelven un encuentro simple y lleno de pequeños grandes momentos que, al finalizar la función, nos dejan una linda sensación.

La puesta (muy bien puesta ¡valga la redundancia!) junto con la dramaturgia del texto corren por cuenta de Verónica Mc Loughlin. Mientras que Marianela Iglesia, Francisco Espinal y Mauricio Minetti dan ruedo a las precisas y simpáticas actuaciones que completan favorablemente aquello que la oscuridad nos había proporcionado. Sonoramente la trama descansa sobre un extrañamiento auditivo diseñado por Manuel Toyos que se vuelve muy buen constructor de sentido, sumado al interesante diseño lumínico realizado por Matías Iaccarino y Carolina Rolandi.

Una pieza entrañable y delicada que no se priva de momentos de risa, y donde la pluma del autor ruso aparece y se agradece con tamaña soltura. Porque, como no podía ser de otra manera a lo “chejoviano”, se habla del amor, pero junto a él tienen lugar la soledad, la frustración y la desdicha del mundo terrenal. Así, el programa de mano previamente lo indica: “No hay en el mundo nada bueno que en su origen no contuviera una infamia”. Una historia de amor, de aquel capaz de gestarse de improviso en dos almas que, pudiendo encontrarse eternamente, tan sólo lo hacen por el breve lapso de un ratito (el que dura la pieza). Algo chiquito, breve, pero no por ello de poca monta, sino bien intenso, tal como el haber asistido un domingo a la tarde a ver La Boticaria.

Ficha técnica:

Dramaturgia y dirección: Verónica Mc Loughlin.

Elenco: Marianela Iglesia, Francisco Espinal y Mauricio Minetti.

Domingo 18.30hs. Teatro Anfitrión.

http://www.alternativateatral.com/obra20543-la-boticaria

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Apátrida, doscientos años y unos meses

viernes, 2 de septiembre de 2011



Por Mónica Berman

“(…) el crítico que hiere al pintor en la mano, la mano con la que pinta, (…) ese instante grosero en el que la vida, productora natural de metáforas, construyó semejante escena simbólica para fundar las nociones de “artista” y de “crítico”.

Rafael Spregelburd.

Apátrida es una propuesta sumamente interesante por doble motivo: uno es temático, la reconstrucción de una polémica entre crítico y artista, casi podría decirse, en un momento ¿fundante? en la historia ( ¿ es prehistoria o inicia el acto de fundación?) del arte argentino.

En cuanto a esta cuestión temática el dramaturgo parte de una investigación de Viviana Usubiaga y propone un encuentro muy particular porque los personajes de Eugenio Auzón y de Eduardo Schiaffino son llevados adelante por el mismo actor, en un juego que articula polifonía y unicidad corporal, sin dejar de poner por delante todo el tiempo el mecanismo de construcción.

Pero además del tema, el espacio construido con objetos vinculados con lo sonoro suma en otra dirección. Zypce, como “músico” (no, no le cuadra el nombre aunque también), hará un trabajo central en esta instancia.

Como hay que elegir para no convertir un texto que habla de Apátrida en un extenso capítulo de libro (tan rico es el material para pensar y disfrutar) opto por pensar una cuestión en particular y es el lugar paradójico que establecen entre la visión de los objetos ligados con el sonido y la temática que plantean: una discusión sobre el arte argentino.

Paradoja porque la construcción referencial, que funciona como punto de partida, será una muestra de pintura. Tanto el despliegue sonoro del músico, que no solo opera con consolas sino con un muestrario de objetos que devienen instrumentos en sus manos como la actividad sonora del actor que enfatiza el cambio de personajes con diferencias vocales e incluso con el uso de un megáfono, sumada a la incorporación de otros personajes a través de la voz en off, justificada o no, que puede provenir de “ningún sitio” o de un teléfono celular, multiplican al infinito las posibilidades de juego con lo sonoro. Pero uno de los paradigmas, sin duda, tiene que ver con la audioguía, que como todos sabemos permite realizar guías personalizadas en museos, parques, centros históricos y salas de arte y proveen información histórica, técnica y visual del objeto que está siendo visto. Recordemos, además que suelen estar disponibles en diferentes idiomas.

Claro que en este caso, en principio, no tenemos un museo en sentido estricto y además estamos en 1891. Cómo nos presentan la secuencia de la audioguía: tanto el músico como el actor, abandonan sus lugares y se sientan con sendos grabadores. En primer lugar, hay que decir que la audioguía tiene sentido si estamos frente a algún objeto visible, porque la información auditiva complementa, enriquece, hace observar detalles que pasarían inadvertidos. Lo único visible para los espectadores son los dos protagonistas sentados frente a público manipulando sus grabadores.

¿Cómo funciona la supuesta audioguía? En primer lugar, vimos que no lo es, digamos que tenemos el dispositivo de la audioguía pero alterado el uso, en primer lugar, y desplazado el contenido “informativo” por otro.

Ya observamos que nadie se desplaza observando cuadros, aunque en el inicio se escuche la siguiente afirmación:

“Hola. Soy tu audioguía. Si quieres saber más sobre la Exposición de cuadros organizada por la Sociedad de Beneficencia de las Damas del Carmen, presiona uno. ¡Presiona ahora!

Es necesario decir que, en ocasiones, simultáneamente se escuchan varias audioguías. Si el dispositivo es individual, cada “visitante” maneja su propio audio tour, en función de su recorrido, si por el contrario, el audio es general, para un grupo, ha de entenderse, la voz es única o a lo sumo dos voces, con la idea es obtener coherencia y orden en el recorrido. La superposición sonora, ya se sabe, impide acceder a cualquier tipo de información (es necesario recordar que la acumulación de sonido produce ruido). Pero a la vez, si uno atiende, por ejemplo, el recorrido de una de las audioguías ( o hace trampa y las lee después) podrá observar son sencillamente un delirio, la información que aportan de ningún modo podrían ser parte de la información ¿cómo se entiende el comentario de un cuadro que no está? ¿o la indicación de la promesa de la pintora de llevar otro en su lugar? ¿o la indicación de que finalmente no cumplió con su promesa?

Luego aparecen cuestiones, al menos, raras… la posibilidad de escuchar críticas auspiciosas de la muestra, o de las otras.

La indicación del “presiona” y la selección del idioma nos lleva a reconocer la audioguía manejada por el visitante… pero observamos que cuando ofrece el cambio de idioma, a continuación vienen el mismo texto, traducido, diciendo lo mismo.

“Si quieres que tu audio guía te acompañe en catalán, presiona 6”

“Si vols que la teva (…) premi sis” (audioguía en catalán)

Observemos que efectivamente es una traducción y que necesariamente la acción de presionar “6” se llevó a cabo puesto que están hablando en catalán… es decir, puro juego.

Cuando el contenido se acerca a lo que uno esperaría de semejante implemento, es decir, la descripción de un cuadro encontramos que no hay indicación de cuál sería el objeto descripto: no hay que dejarse engañar, si bien un aparato acaba de insistir “presione 17” el aparato que describe la naturaleza muerta es otro, la voz por lo tanto es otra… un dedo señalando a ninguna parte.

También nos prometen activar una pausa. Y una voz, proveniente del aparato, dice “Pausa” ¿Desde cuándo al presionar pausa, la voz indica “pausa”? que haya sonido, justamente indica que no que no hay es una pausa…

Estos pequeños ejemplos sirven para dejar sentado que hay una remisión al dispositivo “audioguía” en función de una utilización lúdica. Aparece el recurso “tecnológico” para desmentirse, para mostrarse inútil.

Apátrida, doscientos años y unos días es una propuesta de múltiples entradas. De esas escasas puestas para diferentes espectadores que pueden encontrar, multiplicadas, cosas que fueron o que no fueron a buscar.

Dramaturgia: Rafael Spregelburd
Actuan: Rafael Spregelburd, Federico Zypce
Músicos: Federico Zypce
Voz en Off: Erik Altorfer, Félix Estaire de la Rosa, Pablo Osuna García, Ruth Palleja, Monica Raiola, Zaida Rico
Escenografía: Santiago Badillo
Iluminación: Santiago Badillo
Fotografía: Gabriel Guz, Ale Star
Asesoramiento histórico: Viviana Usubiaga
Asistente de producción: Magdalena Martinez
Asistencia de dirección: Gabriel Guz
Dirección: Rafael Spregelburd

Foto: Ale Star

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Te quiero poco, y todo lo demás

jueves, 1 de septiembre de 2011


Por Malala González

Que el amor “tiene cara de mujer” podría ser una verdad de Perogrullo ya dicha, o una simple oda al amor tildado de femenino. Sea como sea, esta frase alude a cierto imaginario social (de sentido común, no más) que refiere a cómo las mujeres solemos sentir, pensar o querer la cuestión amorosa −aún cuando los estudios de género se hayan encargado de aportar sus dicotomías y controversias al respecto−. Ahora bien, aquel imaginario suele caer recurrentemente en lugares básicos o clichés donde el binomio amor/desamor no resulta para nada novedoso. Excepto (y aquí viene lo interesante) que el planteo romántico sea cometido mediante una des-locación: el encontrar a la media naranja puede costar más que un (dis)gusto. Algo de todo esto me surge luego ver Te quiero poco, y todo lo demás, donde se hace alarde del amor, claro que sí, pero desde un lugar distinto. Me refiero a que, con muy buen tino, ésta no resulta ser una obra “de mujeres”, sino que, como primer dato, la dirección y adaptación es llevada adelante por un varón, el joven Juan Arena. Esto, a mi modo de ver, permite que más allá de las vicisitudes y peripecias amorosas (narradas por una dramaturga, Adriana Gómez Piperno) sea esa mirada masculina la que articule toda la obra y la corra del lugar común; aportando así rasgos de originalidad escénica. De esta manera, “Te quiero poco…” nos invita a una historia de diván (muy bien construido desde lo tridimensional y funcional para la escena, violeta bien violeta como el programa de mano) en la cual dos actrices (Cecilia Pertusi y Ximena Seijas) ponen el cuerpo a una catarata de situaciones entrelazadas por el desamor. Mientras que una pianista (Sonia Kovalivker), ubicada en el margen derecho de la escena, matiza oportuna y musicalmente todo instante.

Me gustaría destacar que es una obra muy divertida, donde las actuaciones se presentan bien detalladas, según cada momento y estado de ánimo. Esto permite que el público se ría entusiasmado con la dubitación de Juana, con sus alocadas interpretaciones y con lo que su psico viene aportar o indagar al respecto. De pronto el “poco” cuantitativo sólo es una excusa para contar “mucho” desde lo escénico. Ese querer “poco”, cual “barco hundido” que no tiene remonte, es el puntapié para que el relato avance en un interesante juego con el decir del propio lenguaje. Así es como “poco” a “poco” las metáforas van teniendo cada vez mayor lugar, y el universo del amor parece ser una gran caramelera donde varias golosinas habitan y aguardan el ser elegidas.

Finalmente, la cuestión será la búsqueda por encontrar cuál es la golosina preferida y entablar con ella una relación de gusto, seducción y aceptación. Un relato sobre el amor delicioso, cómico y disfrutable desde lo actoral, lo musical y lo directorial. Por todo ello, no puedo dejar de recomendarla.

Ficha técnica

Dramaturgia: Adriana Gómez Piperno. Adaptación y dirección: Juan Arena. Elenco: Cecilia Pertusi y Ximena Seijas. Música en vivo: Sonia Kovalivker.

http://www.alternativateatral.com/obra20179-te-quiero-poco-y-todo-lo-demas

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